sábado, 21 de julio de 2007

La playa se va a dormir


El sol en el horizonte. Naranja, rosa, morado.
Pedaleo con una vieja bicicleta. Un trozo de hojalata y de manillar oxidado.
De vuelta a casa.
Marea baja. Silencio.
Las algas desprenden ese olor tan característico que a veces es tan fuerte porque es su forma de pedir que el mar regrese y les dé un enterramiento digno.
Miles de conchas y caracolas pierden sus figuras convirtiéndose en filos cortantes.
Arena húmeda. Mariaisabeles.

Ya estoy cerca de casa, pero pararía el tiempo. 21:50 durante varias horas.
Tranquilidad. Paz. Sosiego.
Voy a nadar mar adentro para buscar a la sirena que me espera, mientras la playa se va a dormir.
Primeras bombillitas junto sillas oxidadas aparecen mostrándonos a los primeros pescadores.
Oasis entre la arena como reclamo de agua que se aleja con la marea. Bajamar.
El faro a lo lejos me indica el camino, ¡Cuánto desearía subir allí y hacer de su vista mi vista!

Salitre en las espaldas doradas al sol que secaron su humedad en toallas impregnadas de granitos de arena que a más de uno disgustan.
Huellas anónimas, 38, 42, 44 desnudos y el surco de mi bicicleta.
Restos de algún dominguero adelantado porque es Martes; o quizás atrasado ya que olvidó el camino el domingo y anduvo perdido. Como brújula la brisa y el sonido de las olas al hacerse espuma.

Algunos deportistas corren por su orilla sin deternerse, algún que otro amor de verano o de invierno que seca el frío con los últimos rayos de sol, yo (el burro por delante) y las gaviotas que buscan entre las rocas algún Sebastian menos cantarín mientras la playa se va a dormir.


* Pero una vez acostada en su lecho oscuro, se acercan los romances de verano o de otoño que forman un colchón de hojas secas para tumbarse a contemplar las estrellas.
Romances de verano o primavera que todavía poseen la pasión perdida en camas frías posan sus toallas que hacen las veces de sábanas mientras la playa duerme al son de gemidos y risas.

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