martes, 19 de junio de 2007

Zapatos desatados


Me preguntó Cenicienta dónde había dejado el zapato que perdí mientras caminaba...Le dije que no se preocupara, que ya se encargarían los ratoncitos de traérmelo...
Caminaba, dejando que se abrieran las bifurcaciones hasta encontrar lo que nadie puede responderme, únicamente el tiempo...

Lo que pasa es que la cabezonería, mi madre me perdone, viene a mí como esa vecina que interrumpe la calma para tomar el café: sin avisar y armando escándalo.

Pues eso, que me lío a hablar de la vecina y no sigo, que más quisiera yo que mis preguntas fuesen contestadas desde el más allá, que algo iluminara mis ideas y me respondiese aunque fuese escondido detrás de la cortina. Así no tendría que estar todo el día pensando en mis zapatos.
A cada instante un par de zapatos para afrontar cada camino, cada carrera o decisión. Paso de los de charol, de los deportivos, de los a medida, de los cómodos, de los que hacen rozaduras...

Yo tengo los pies embarrados y no he pisado el barro. Mojados y no he saltado en ningún charco como hacen los niños dejándose llevar por la despreocupación infantil. Yo voy descalzo.
Yo tengo unos zapatos voladores y no soy hijo de ningún dios. Pasotas y me llevas a ver un concierto de gafas grandes y componentes escuálidos. Llevo el número perfecto.
Yo llevo zapatos confiados, despreocupados y de los que tararean las canciones en el bus.
Yo llevo zapatos enmascarados, expectantes y que piensan cuánta gilipollez hay al lado.
Yo llevo zapatos preguntones, utópicos, enamoradizos y desilusionados y apasionados
Llevo zapatos tristes, sonrientes y a medio cocer.

Yo tengo los pies preparados para cambiar de zapatos, por eso, me gusta llevarlos desatados porque no hay ni un sólo día en el que no me guste el par que llevo.

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