jueves, 22 de mayo de 2008

Ana y el conductor

Ana se levantó aquella mañana de Mayo. Desayunó, encendió el termo y tras una ducha rápida se puso sus bailarinas y su vestido nuevo. Cogió el bolso, cerró la puerta y partió hacia el trabajo.
Alzó la mano y el transporte público se detuvo enfrente de ella. Dejó subir a una mujer antes y dio los buenos días al conductor.
Guapo, muy guapo pensaba mientras avanzaba por el pasillo del bus.
Se puso los cascos y esperó las señales horarias para encontrarse como cada mañana laborable con Francino.

Cuando llegó a su destino descendió sabiendo que algo importante había ocurrido. Algo relacionado con ETA, quizás algún conflicto internacional o algún extraño acontecimiento digno de las mejores secciones de sucesos, pero ella sólo había estado mirando por el espejo por el cual el conductor miraba para comprobar que ningún usuario fuera engullido por las puertas.

Hoy hace cinco años de aquel día de los cuales, cuatro, aquel conductor estuvo cambiando de línea constantemente. Ana aprovechaba siempre que lo veía para intentar desde su profunda timidez alargar la conversación más allá del saludo matutino, pero pronto observaba el NO MOLESTAR AL CONDUCTOR.

Cuatro años en los que le picaba el bonobús manualmente cuando estaba estropeado, cuatro años buscando el asiento justo detrás de la mampara transparente o dándole el cambio a su pasaje de un euro con diez céntimos.
Cuatro años pensando si era simplemente un amor platónico, alguna tontería…pero en este año, nuestro conductor se asentó en una línea. Ya no era itinerante. Y sí, su destino, la línea de Ana.

Durante este año, el quinto, Ana lo ha visto todas las mañanas, incluso conoce que vive cerca de su barrio y es por eso que una tarde cuando ella salía del supermercado lo vio.
Estaba sentado en un banco, con una camiseta y vaqueros.
Ana soñaba había imaginado al personaje, la conductor, vestido con otra cosa que no fuera el uniforme como hacemos con los libros y al igual que ocurre con ellos, la realidad golpea a tu imaginación.

Lo observaba y se quedó fulminada con la bolsa de naranjas en la mano. Él fumaba un pitillo y antes de llegar a la boquilla lo tiro al suelo y lo aplastó con la suela de su zapato.
Entonces se levantó, se ajustó los pantalones con un tironcito hacia arriba y besó a la muchacha que salía del portal de enfrente.

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